jueves, 29 de enero de 2009

PREFACIO

-¿A quién buscas? Aquí no hay más que soledad...
Apreté los ojos con fuerza. Él tenía razón. ¿Entonces por qué había venido? Sabía lo que yo pretendía pero, para mi desgracia, yo no podía avecinar lo que él se traía entre manos. Nos habíamos quedado solos; los demás se encontraban a tan pocos metros intentando salvar sus propias vidas, que ni se habían percatado de que yo me encontraba indefensa... todos salvo una persona por supuesto. Apostaba los pocos minutos que quedaban de mi vida, a que esa persona me estaba buscando desesperadamente, conteniendo el aliento y sobre todo aterrorizado ante la enorme posibilidad de cruzar a esta habitación, y encontrar mi cuerpo inerte desplomado en el piso y “vivir” con esa idea en su mente. Se me hizo un nudo en la garganta cuando pensé en la carga que estaba dejando.
Él estaba peligrosamente cerca. Pateó una caja y la hizo añicos mientras yo me tapaba el rostro con las manos para amortiguar la caída de cientos de astillas que, al final, terminaron dañándome de todos modos. Se carcajeó. Disfrutaba tanto de todo esto...me hubiese gustado que estuviera en mi lugar, las cosas cambiarían un poco de perspectiva.
-Fuiste más difícil de cazar que las demás. Bravo.- siguió- Pero dime... ¿Qué se siente caer luego de tanto?
-No lo sé- me sorprendió esa contestación automática por mi parte.- Tú dime. Yo no caí... aún, pero tú estarás a punto de hacerlo.
Mi cuerpo se movió violentamente cuando escuché una risa aguda, seguido de un tirón en la muñeca que me levantó del suelo. Miré su mano aprisionando la mía. Por primera vez desde que había llegado no tuve miedo. Era más fácil encarar las cosas cuando sabía yo que ya no hacía falta contenerse por mucho más. Las lágrimas fueron las primeras en notarlo, y comenzaron a resbalar por mis sucias mejillas. Él lo tomó como un signo de miedo, todo lo contrario a lo que yo quería que viera... aunque no estaba muy segura realmente de lo que lo que quería mostrarle.
-Y dime bonita...- su aliento me perforaba la nariz- ¿Qué te hace pensar algo así?
No contesté en esa ocasión. No pude. Me dolía todo. Los golpes, las cortaduras en mi cuerpo a causa de todos los vidrios que cayeron sobre mí, mi mente... ya no podía seguir pensando una manera de escapar. Sopesé las posibilidades de salir de ahí con vida... una en un millón.
-Eso pensé. Mira...- me mostró un reloj dorado brillante.- El tiempo se te agota, pero como soy generoso te daré otra oportunidad.
-¿¡QUÉ!?
Acercó su boca a mi oreja con una sonrisa burlona, y con malicia pura me susurró:
-Corre.